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Pensamientos y más

Equipos

Creo que cuando te haces aficionado de un equipo eliges algo más que unos colores.  Muchas veces no sólo seguimos a un equipo, sino que somos fieles a una idea o a una filosofía. Y muchas veces esa idea no tiene nada que ver con el juego.

Ahora es posible ver deportes y partidos que antes era imposible seguir. La inmensa cobertura televisiva que se hace de cualquier evento deportivo permite que puedas ver toda la temporada de tu equipo favorito de la liga americana de hockey sobre hielo aunque por motivos de trabajo te hayas tenido que ir a vivir a Nigeria. Al fin y al cabo vivimos en la aldea global.

Sin embargo, no quiero irme a la otra punta de la aldea para hablar de equipos o deportes exóticos. Hoy me quiero quedar en la choza de al lado.

Casi todo el mundo tiene un equipo de fútbol preferido al que sigue con mayor o menor devoción. Hay un sinfín de prototipos de aficionado desde el fanático integrista hasta el simple simpatizante. Y la gran mayoría de la población tiene su corazoncito teñido de unos colores concretos.

Mucha gente elige sus colores por proximidad: es del equipo de su barrio o de su ciudad. Quizá eso sea un síntoma de localismo, de querer luchar por el bienestar  (o por la simple supervivencia) de la zona donde vives o del lugar donde has nacido. Y muchas veces ese gesto tiene un punto de rebeldía hacia el poder, hacia el que maneja la situación desde una posición superior.

En algunas ocasiones la gente sigue a un equipo por motivos familiares o por lazos sentimentales. Quizá yo no haya nacido en Soria pero mi padre sí y quiero que el Numancia esté ahí arriba en la clasificación.

Otra gran parte de la población escoge a un equipo poderoso. Probablemente porque a todos nos gusta ganar y muchas veces no vamos ni vemos más allá del resultado. ¿No te resulta curioso que la gente sea aficionada del Madrid o del Barça y no del Albacete? Hay veces que preguntas el porqué y te encuentras motivos sorprendentes como justificación de esa elección.

Yo sigo al Zaragoza, que es el equipo de la ciudad donde he nacido y donde vivo, y dependiendo de mi estado de ánimo (no olvidemos nunca que esto del fútbol, como diría Di Stéfano, son estados de ánimo) a veces soy un aficionado normal y a veces soy un fanático integrista. Quizá me gusta el Zaragoza por alguna de las razones que antes he explicado. Pero también me gusta por el significado de su historia deportiva. No quiero olvidar que esto del fútbol se queda en un juego, en un deporte, si le quitamos todo el envoltorio. El Zaragoza ha conseguido cosas, resultados, títulos a través de la pasión por el buen juego, a través de un fútbol vistoso y precioso.  O, por lo menos, a través de un fútbol vistoso para mí, según mi opinión, porque mi concepto de buen juego no tiene que coincidir obligatoriamente con tu concepto de buen juego. Y es que hay veces que elegimos a nuestro equipo simplemente porque nos gusta cómo juega.

No tengo cien años y no he visto jugar siempre al Zaragoza, pero me fio de lo que leo, de lo que veo y de los que me cuentan esta historia. Debo decir que muchas veces la idea de juego que ha tenido el Zaragoza ha sido ésta que aquí reflejo pero que en muchas otras ocasiones esa idea de juego ha cambiado a otra que no ha sido de mi agrado. De hecho ahora mismo los zaragocistas estamos inmersos en un proceso de búsqueda de nuestra nueva identidad que espero que desemboque en la consecución, una vez más, de ese viejo estilo que nos ha definido en muchas fases de nuestra historia y que a mí tanto me gusta.

Así pues, puedo asegurar que tengo la suerte de que el equipo de mi ciudad juega o ha jugado históricamente al fútbol como a mí me gusta. ¿Casualidad? Probablemente no.

Además de con el Zaragoza, simpatizo bastante, pero mucho menos, con otro equipo: el Barça. Y ahora te voy a sorprender con las razones que me hacen seguirlo. El Barça es una filosofía de juego que me llega al cerebro más que al corazón. Su estilo, su forma de hacer las cosas es el ideal de mi pensamiento futbolístico. Cuando consigue imponer su idea su juego raya en la perfección y cuando no consigue imponer su idea me fascina comprobar cómo lucha por imponerla.

Sin embargo, lo que más me encandila es observar que su ideario no es circunstancial sino que poco a poco se está convirtiendo en atemporal, en un ente con vida propia que sobrevive y sobrevivirá a equipos, jugadores y entrenadores y que se asociará al nombre Barça como se asocian las rayas azul y grana.

Su juego está más allá de plantillas o presidentes, es algo marca de la casa que lo define y le da personalidad. Como la lluvia a Inglaterra, el frío a Rusia o el sol a España.

También está en su personalidad como club su aspecto social. El gritar Barça o el hablar en catalán eran gestos de desafío hace unos cuantos años en este país. Ahora, afortunadamente, las cosas han cambiado. Y mucho. Y el sentimiento “més que un club” barcelonista está en un proceso de redefinición que no se sabe en qué acabara. No voy a decir si ese nuevo sentimiento me gusta, prefiero reservar mi opinión, pero creo que hay muchas formas de entender un país.

Me resulta curioso y significativo que los dos equipos a los que sigo me gustan tanto por su fútbol como por lo que puedan significar para mí fuera de los terrenos de juego. Y veo en ambos clubes (o en la forma en la que yo los veo a ambos) cierto paralelismo. Salvando las abismales distancias que ahora mismo hay entre ellos.

Es por esto por lo que quiero acabar diciendo que muchas veces somos de un equipo simplemente porque nos gusta cómo juega, porque su fútbol nos lleva a momentos de éxtasis, pero que muchas otras veces también simpatizamos con un equipo por lo que significa fuera del fútbol. Y que muy probablemente ambas cosas están relacionadas.

Los equipos son fiel reflejo de los problemas, de las sensaciones y de las situaciones de la zona en la que están ubicados y las selecciones nacionales tienen ya una filosofía de juego muy definida y casi inamovible que mucho tiene que ver con el carácter propio del país al que representan.

Antes he dicho que el fútbol sólo queda en un deporte si decidimos prescindir de su envoltorio. Sin embargo, creo que ahora mismo ya es imposible quitarle ese envoltorio.

Todavía no puedo predecir el futuro, pero quizá dentro de muchísimos años los países no se declaren la guerra, sino que decidan resolver sus problemas a través de una eliminatoria o de un partido de fútbol (¡Pobres de los soldados-futbolistas que perdieran en estos enfrentamientos!).

Después de todo, ya lo dijo hace mucho Bill Shankly (alguien muy importante dentro de la historia del Liverpool): “Algunos creen que el fútbol es sólo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso”.

3 comentarios

Polvo Eres -

Cierto, jaja.

Saluditos, portero automático ;)

Pensa -

Perdona polvo, no lo he escrito yo, sino portero automático, yo no soy del Barça aunque reconozco su buen juego XD.

Salud/os

Polvo Eres -

Si lo solucionaran así en vez de hacer guerras, me haría una auténtica fan de ese deporte.

Saluditos, Pensa.