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Pensamientos y más

Portero automático

Sobre el Soccer, EEUU y España

Siento una especie de relación amor-odio con EEUU y con su cultura. No me gusta EEUU cuando pienso en su prepotencia, en su desprecio por el resto del mundo, al que considera su jardín de uso privado. No me gusta Norteamérica cuando pienso en todo el odio que genera.

Pero veo sus películas, engullo su basura, sigo sus deportes y me encanta esa capacidad innata que tiene para convertir todo en un espectáculo. Showtime, amigos.

Sin embargo, hay un mes cada cuatro años en el que me hago un poquito estadounidense. Y ahora mismo estamos justo en medio de ese mes: De mediados de junio a mitad de julio en año de Mundial.

¿Por qué me hago estadounidense cuando empieza la Copa del Mundo?

Bueno, hay varias razones. La primera razón, pero no por ello más importante, es que me gusta que sea EEUU el que siga al mundo y no al revés. Hay bastante gente en el país, cada vez más, que sigue la Copa del Mundo y que considera superiores, al menos durante unos días, a países como Italia, Brasil o Portugal. Me resulta gracioso pensar que hay una minoría cada vez más mayoritaria a la que le gusta un deporte que no han inventado ellos, un deporte en el que no son el referente global. Tienen en cuenta al resto del planeta, no se consideran el ombligo del mundo. ¿Los estadounidenses interesados por algo en lo que no son los amos de la Tierra? Creo que es un avance impresionante que ese hecho se produzca.

La segunda razón, pero no por ello menos importante, es que me gusta como llaman a nuestro fútbol. Ellos tienen su fútbol, el fútbol americano. Y nuestro fútbol, el fútbol europeo, asiático o africano, el fútbol al que juega el resto del planeta es para ellos el soccer.

Me encanta la palabra soccer. Porque en EEUU soccer significa algo que no es norteamericano, algo raro, algo aún minoritario, algo que te hace observar al resto del mundo con interés y no algo que esperas que el planeta observé en ti con admiración.

Y también me encanta por lo que significa en sí misma la palabra soccer.

Soccer es un diminutivo (inventado por azar, casi como un juego de palabras, por un estudiante de una escuela de Inglaterra en el siglo XIX) de la palabra inglesa association que significa asociación, algo fácil de imaginar aunque no seas un amante de la lengua de Shakespeare.

Y soccer llamó ese joven inglés a un juego que estaba naciendo por aquella época y que más tarde divertiría al mundo.

Asociación.

Asociación es lo que distingue al fútbol que conocemos en España, en Europa, en casi todo el mundo, del resto de deportes que tienen un origen común con él. Asociación es lo que distingue nuestro fútbol del fútbol australiano, del fútbol americano o del rugby.

Hagamos un pequeño viaje en el tiempo y vayamos a la prehistoria del fútbol. Estamos en París. El año es el 1904. Personas de varios países están reunidas intentado formar una organización que controle y organice ese incipiente deporte cuyas primeras normas fueron redactadas hace unos años en una taberna de Londres, ya escindido del rugby, con el que comparte origen, y que está encandilando a las masas. Se funda la FIFA. En París. Por tanto FIFA son unas siglas en francés. FIFA significa Fédération Internationale de Football Association. En español eso es Federación Internacional de Fútbol Asociación. No significa Federación Internacional de Fútbol sino de Fútbol Asociación. Así pues nuestro fútbol además de nombre tiene apellido y ese apellido es el que lo diferencia del resto de deportes, el que le da sentido, el que lo culmina como una obra de arte. Asociación. No jugamos a fútbol. Jugamos a fútbol asociación. Nuestro fútbol es un deporte asociativo, en el que necesitas al compañero como el compañero necesita de ti, en el que la labor del equipo en global es fundamental para la consecución del objetivo final: ganar.

La palabra soccer define mejor al fútbol que la propia palabra fútbol.

Los estadounidenses dicen soccer para diferenciar su fútbol americano del otro fútbol, el fútbol que ahora disputa (o sería mejor decir disfruta) una Copa del Mundo en el continente negro.

Pero en esa diferencia que establecen los norteamericanos actualmente (y que establecieron los pioneros de este deporte hace muchísimos años, en sus inicios, y que nosotros hemos dejado de nombrar por la pereza de pronunciar una palabra en lugar de dos) está la clave de este juego. Por eso me gusta el fútbol de EEUU, porque por minoritario está obligado a recordar la esencia de su origen en su nombre, porque cuando nombras en Norteamérica este deporte tienes que utilizar la palabra que mejor define su espíritu: Soccer. Asociación.

Y porque ese mismo espíritu es el único camino que puede llevar a España al título. España juega a soccer, a fútbol asociación, y su éxito depende de la virtud de sus jugadores asociativos.

 

Una pica en Flandes

Cuando de pequeño iba al colegio estudiaba en la asignatura de Lengua y Literatura algunos dichos, refranes o frases hechas que tenían un significado especial.

Una de las expresiones que más me gustaba era la que decía que se podía "poner una pica en Flandes”.

Siempre me gustó porque Flandes me sonaba a algo exótico, emocionante, vibrante. Tenía una sonoridad extraña que me llenaba la boca de sueños e ilusión. Ni siquiera sabía muy bien donde estaba Flandes exactamente (un lugar de Bélgica que formaba parte del antiguo Imperio Español era algo no muy concreto ni visible en los mapas que podía consultar con mis medios a esa edad) pero me podía imaginar combatiendo allí con alguien llamado Alatriste o con alguien con un nombre por el estilo mientras teñía con mi sangre un descolorido jubón (otra palabra que mi vocabulario sólo imaginaba) ya fuera de capitán o de tamborilero.

Luego crecí y me aficioné al ciclismo, que es casi una religión en Bélgica. Me enamoré del pavés, del barro, de los duros muros de las pruebas belgas. Fue entonces cuando me fijé en unos rótulos escritos en un idioma extraño y complicado. Fue en aquel instante cuando reparé en unas bonitas banderas –amarillas, con un negro león desafiante, atrevido y luchador- que adornaban las cunetas belgas provocando mi curiosidad. ¿Pero en Bélgica no hablaban francés?  ¿Y su bandera no era tricolor-amarilla, negra y roja-? Eso me había enseñado Tintín. Y Tintín no miente.

Así, de esta forma, surgió mi interés por el actual Flandes. Fue entonces cuando descubrí lo que era Flandes. O descubrí lo que parece que es Flandes. O lo que algunos dicen que es. No soy un experto en la historia de Bélgica ni he seguido con especial atención los últimos cincuenta años de vida del país. Pero quizá deberíamos empezar a mirar todos los españoles con especial atención a esta nación porque puede ser una muestra de lo que nos depara el futuro.

Parece ser que Bélgica es un país dividido en dos mitades muy diferenciadas que se respetan pero no se mezclan. Dos partes que no suman un todo. Hay un pequeño pegamento (la casa real, las selecciones nacionales deportivas) que parece que no pega (¿Si Bélgica fuera campeona del mundo de fútbol habría más unión?). Y todo hace indicar que sin este adhesivo la unión nacional desaparece rota en dos mitades. Los resultados de estas últimas elecciones que han dado un respaldo indiscutible a las aspiraciones nacionalistas de Flandes son sólo un paso más en la evolución que Bélgica ha mostrado al mundo y, especialmente, a Europa. Para explicarlo sólo contaré un detalle: Hace unos años la televisión pública flamenca abrió uno de sus informativos comunicando que Flandes se había proclamado por sí misma un estado independiente. Hubo revuelo, malestar, confusión y, finalmente, una disculpa de la televisión pública que explicó que todo había sido mentira. ¿Os imagináis que de repente, así de golpe y porrazo, TV3 dijera que Cataluña se ha proclamado por decisión propia una nación independiente?

No sé cómo ni por qué se separaron los flamencos de los valones (la otra parte de este puzle de dos piezas que es la actual Bélgica) No sé si fue un tema cultural, educativo, económico o, simplemente, la consecuencia de un ansia de poder desmesurada que algunos políticos ambiciosos no supieron gestionar. No lo sé. Es un tema que deberían analizar los estudiosos de todas las tendencias. Y digo que deberían estudiarlo analistas de todos los estilos porque como nadie posee la verdad absoluta de nada quizá si juntáramos en una coctelera las conclusiones de todos los expertos pudiésemos extraer la versión más aproximada de lo que sucedió y sucede en realidad.  No estaría mal saborear un cóctel de verdad de vez en cuando.

No conozco los motivos, pero lo cierto es que sucedió. Bélgica parece un país dividido difícil de recomponer.

No sé qué sucederá en España, pero este es un futuro que podríamos vivir. Si queréis saber mi opinión os diré que en el fondo soy un poquito flamenco. Me atrae su idioma imposible de dominar, su lengua inaccesible a simple vista para un latino como yo. Me fascinan sus verdes paisajes, sus muros de adoquín, su alma ciclista. Pero eso no significa que sea nacionalista.

Creo que el futuro nos debería deparar un megaestado europeo, una Unión Europea con identidad supranacional y aglutinadora que tenga el mando completo en lo político, lo económico y lo social. Una Unión Europea que mande y gobierne de verdad, que nos haga fuertes y solidarios, que nos haga decir con orgullo que somos europeos.

Pero también creo que podría haber una atomización. Una fragmentación. Hay muchísimas cosas que unen a todos los españoles y otras muchas que nos separan. Y estoy absolutamente convencido de que cuanto más nos repiten las cosas que nos unen más nos están separando. No hace falta que mi madre me diga cada tres minutos que me quiere y que soy hijo suyo. Lo sé. Ya lo siento así. De hecho, me preocupo y sospecho si me lo repite tanto. ¿Qué se esconde tras tanta repetición? ¿Qué hay de oculto en esa imposición? ¿Acaso no es realmente mi madre?

Parece ser que es cierto que también hay cosas que nos diferencian. Algunos dicen que es indudable, por poner un ejemplo, que los vascos tienen incuestionables hechos diferenciales. Un idioma de origen no latino, ciertas costumbres distintas, deportes distintos y hasta una organización diferente (cuentan que antaño en el caserío la que mandaba era la mujer, que el poder del matriarcado era muy fuerte). Y yo pienso que en realidad son estas diferencias las que mejoran el conjunto. Creo que lo que nos quieren mostrar como unificador nos separa por reiterativo, anacrónico y casposo y que lo que nos quieren enseñar como diferente nos une porque nos enriquece y nos completa.

De todas formas, esto sólo es una opinión y yo ya he escrito suficiente. Ahora debo volver al principio para poder llegar al final porque todavía tengo que explicar qué significa "poner una pica en Flandes”, que aún no lo he dicho.

La expresión hace referencia a avanzar en algo complicado, a conquistar una meta compleja. Poner una pica, llevar una lanza, un arma o un guerrero al campo de batalla era poder luchar por hacer tuya una región. Tarea ardua por sí misma. Y Flandes era un lugar lejano y combativo, un lugar de acceso complicado, especialmente difícil de conquistar (parece ser que esta gente ha sido rebelde, rara y extraña desde siempre). Si hemos puesto una pica en Flandes es que hemos realizado algo de gran dificultad, algo que constituye todo un hito. Hemos llevado a buen puerto una nave muy difícil de manejar.

Así pues… ¿qué significan estos resultados independentistas flamencos? ¿Ha puesto la organización política del futuro, el propio futuro, una pica en Flandes? ¿Ha puesto el futuro de España, de Europa misma, una pica en Flandes?

Equipos

Creo que cuando te haces aficionado de un equipo eliges algo más que unos colores.  Muchas veces no sólo seguimos a un equipo, sino que somos fieles a una idea o a una filosofía. Y muchas veces esa idea no tiene nada que ver con el juego.

Ahora es posible ver deportes y partidos que antes era imposible seguir. La inmensa cobertura televisiva que se hace de cualquier evento deportivo permite que puedas ver toda la temporada de tu equipo favorito de la liga americana de hockey sobre hielo aunque por motivos de trabajo te hayas tenido que ir a vivir a Nigeria. Al fin y al cabo vivimos en la aldea global.

Sin embargo, no quiero irme a la otra punta de la aldea para hablar de equipos o deportes exóticos. Hoy me quiero quedar en la choza de al lado.

Casi todo el mundo tiene un equipo de fútbol preferido al que sigue con mayor o menor devoción. Hay un sinfín de prototipos de aficionado desde el fanático integrista hasta el simple simpatizante. Y la gran mayoría de la población tiene su corazoncito teñido de unos colores concretos.

Mucha gente elige sus colores por proximidad: es del equipo de su barrio o de su ciudad. Quizá eso sea un síntoma de localismo, de querer luchar por el bienestar  (o por la simple supervivencia) de la zona donde vives o del lugar donde has nacido. Y muchas veces ese gesto tiene un punto de rebeldía hacia el poder, hacia el que maneja la situación desde una posición superior.

En algunas ocasiones la gente sigue a un equipo por motivos familiares o por lazos sentimentales. Quizá yo no haya nacido en Soria pero mi padre sí y quiero que el Numancia esté ahí arriba en la clasificación.

Otra gran parte de la población escoge a un equipo poderoso. Probablemente porque a todos nos gusta ganar y muchas veces no vamos ni vemos más allá del resultado. ¿No te resulta curioso que la gente sea aficionada del Madrid o del Barça y no del Albacete? Hay veces que preguntas el porqué y te encuentras motivos sorprendentes como justificación de esa elección.

Yo sigo al Zaragoza, que es el equipo de la ciudad donde he nacido y donde vivo, y dependiendo de mi estado de ánimo (no olvidemos nunca que esto del fútbol, como diría Di Stéfano, son estados de ánimo) a veces soy un aficionado normal y a veces soy un fanático integrista. Quizá me gusta el Zaragoza por alguna de las razones que antes he explicado. Pero también me gusta por el significado de su historia deportiva. No quiero olvidar que esto del fútbol se queda en un juego, en un deporte, si le quitamos todo el envoltorio. El Zaragoza ha conseguido cosas, resultados, títulos a través de la pasión por el buen juego, a través de un fútbol vistoso y precioso.  O, por lo menos, a través de un fútbol vistoso para mí, según mi opinión, porque mi concepto de buen juego no tiene que coincidir obligatoriamente con tu concepto de buen juego. Y es que hay veces que elegimos a nuestro equipo simplemente porque nos gusta cómo juega.

No tengo cien años y no he visto jugar siempre al Zaragoza, pero me fio de lo que leo, de lo que veo y de los que me cuentan esta historia. Debo decir que muchas veces la idea de juego que ha tenido el Zaragoza ha sido ésta que aquí reflejo pero que en muchas otras ocasiones esa idea de juego ha cambiado a otra que no ha sido de mi agrado. De hecho ahora mismo los zaragocistas estamos inmersos en un proceso de búsqueda de nuestra nueva identidad que espero que desemboque en la consecución, una vez más, de ese viejo estilo que nos ha definido en muchas fases de nuestra historia y que a mí tanto me gusta.

Así pues, puedo asegurar que tengo la suerte de que el equipo de mi ciudad juega o ha jugado históricamente al fútbol como a mí me gusta. ¿Casualidad? Probablemente no.

Además de con el Zaragoza, simpatizo bastante, pero mucho menos, con otro equipo: el Barça. Y ahora te voy a sorprender con las razones que me hacen seguirlo. El Barça es una filosofía de juego que me llega al cerebro más que al corazón. Su estilo, su forma de hacer las cosas es el ideal de mi pensamiento futbolístico. Cuando consigue imponer su idea su juego raya en la perfección y cuando no consigue imponer su idea me fascina comprobar cómo lucha por imponerla.

Sin embargo, lo que más me encandila es observar que su ideario no es circunstancial sino que poco a poco se está convirtiendo en atemporal, en un ente con vida propia que sobrevive y sobrevivirá a equipos, jugadores y entrenadores y que se asociará al nombre Barça como se asocian las rayas azul y grana.

Su juego está más allá de plantillas o presidentes, es algo marca de la casa que lo define y le da personalidad. Como la lluvia a Inglaterra, el frío a Rusia o el sol a España.

También está en su personalidad como club su aspecto social. El gritar Barça o el hablar en catalán eran gestos de desafío hace unos cuantos años en este país. Ahora, afortunadamente, las cosas han cambiado. Y mucho. Y el sentimiento “més que un club” barcelonista está en un proceso de redefinición que no se sabe en qué acabara. No voy a decir si ese nuevo sentimiento me gusta, prefiero reservar mi opinión, pero creo que hay muchas formas de entender un país.

Me resulta curioso y significativo que los dos equipos a los que sigo me gustan tanto por su fútbol como por lo que puedan significar para mí fuera de los terrenos de juego. Y veo en ambos clubes (o en la forma en la que yo los veo a ambos) cierto paralelismo. Salvando las abismales distancias que ahora mismo hay entre ellos.

Es por esto por lo que quiero acabar diciendo que muchas veces somos de un equipo simplemente porque nos gusta cómo juega, porque su fútbol nos lleva a momentos de éxtasis, pero que muchas otras veces también simpatizamos con un equipo por lo que significa fuera del fútbol. Y que muy probablemente ambas cosas están relacionadas.

Los equipos son fiel reflejo de los problemas, de las sensaciones y de las situaciones de la zona en la que están ubicados y las selecciones nacionales tienen ya una filosofía de juego muy definida y casi inamovible que mucho tiene que ver con el carácter propio del país al que representan.

Antes he dicho que el fútbol sólo queda en un deporte si decidimos prescindir de su envoltorio. Sin embargo, creo que ahora mismo ya es imposible quitarle ese envoltorio.

Todavía no puedo predecir el futuro, pero quizá dentro de muchísimos años los países no se declaren la guerra, sino que decidan resolver sus problemas a través de una eliminatoria o de un partido de fútbol (¡Pobres de los soldados-futbolistas que perdieran en estos enfrentamientos!).

Después de todo, ya lo dijo hace mucho Bill Shankly (alguien muy importante dentro de la historia del Liverpool): “Algunos creen que el fútbol es sólo una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso”.

Héroes

“Desde que creo que soy adulto no he tenido tiempo de aburrirme.” El otro día escuché esta frase demoledora durante una retransmisión deportiva sólo apta para espíritus nocturnos. Y mis ojos de búho (esos ojos un poco rojos e hinchados que tienen las personas que viven de noche y sobreviven de día) se abrieron un poco más de lo normal.

Como a veces las pequeñas grandes frases que oyes por casualidad te despiertan la mente como si te hubieran clavado una aguja en el cerebro, pinchándote, decidí especular sobre mi propia vida.

¿A mí me ha dado tiempo para aburrirme? Bueno, la respuesta es un poco ambigua. Quizá la manera más completa y sincera de contestar sea decir que si me he aburrido es porque no he sido lo suficientemente responsable como para ejercer sin retrasos mi derecho (¿derecho?) a ser adulto (¿derecho? ¡Asquerosa obligación!).

No es que sea Peter Pan. Ser adulto tiene muchísimas ventajas (y no hablamos sólo de las cosas que se supone que únicamente puedes hacer con más de 18 años). Pero está claro que ser adulto es ser responsable y eso significa atender un montón de obligaciones. Así que si me he aburrido ha sido simplemente porque no he querido hacer una de las millones de cosas que tenía pendientes.

Intuyo que el autor de la frase lapidaria que inaugura estas líneas no sabía el debate moral que había planteado en mi existencia. Y como nadie es perfecto, y todos tenemos espejos en los que nos encantaría poder decir que no sólo nos miramos sino que también nos reflejamos, me sumergí a fondo en la autocrítica. Pensé en mí, en lo que hacía, y pensé en lo que hace toda esa gente (la que existe en el mundo real y la que existe en el mundo aún más real de los libros y las películas) a la que me gusta tomar como ejemplo. Al fin y al cabo siempre te seduce la idea de ponerte en la piel de tus ídolos.

Así que primero pensé en mi gran héroe. El de la infancia, luego redescubierto en la juventud y más tarde mitificado por el niño que se esconde en el adulto. Los que me conocen saben que mi gran héroe es Tintín. Amigo de sus amigos, siempre dispuesto a luchar para proteger a los necesitados y ayudar a los desfavorecidos. Aventurero, astuto, incorruptible. Es verdad que a veces hace cosas raras. Bueno, ¿y quién no? Pero hay que reconocer que nunca dejaba ninguna tarea pendiente. Eternamente responsable. Demasiado responsable, demasiado adulto para ser poco más que un niño. A su lado son el resto de personajes los que parecen un adolescente imberbe.

Me sentí un poco abrumado. Siempre deseas que el mundo esté lleno de gente así. Con más Tintines deambulando por el Planeta todo nos iría mejor. Pero no me veo asumiendo yo semejantes responsabilidades. No me siento capaz de ser tan perfecto.

Pasemos al siguiente héroe. Smiley. Agente secreto silencioso, tenaz, rechoncho, astuto. Al final consigue su objetivo y acaba con su antihéroe Karla. Pero en el fondo Karla es igual que él. Dos enemigos parejos, que hubieran sido igual de enemigos si hubieran vivido al revés.

Smiley también es infeliz. Tremendamente infeliz. Engañado sistemáticamente por su mujer, cruelmente traicionado. Es un espíritu agobiado, a veces incluso hundido. Demasiado trágico y melancólico como para que alguien en su sano juicio pueda desear ser así.

Hablemos ahora de John McClane. Sí, el de La Jungla de Cristal. Vacilón, pero con un gran sentido de la responsabilidad. Tiene pequeños defectillos pero acaba salvando al mundo y además te hace reír. ¿Qué más se puede pedir? Quizá su alter ego cinematográfico Bruce Willis a estas alturas del partido sólo pida un poquito más de pelo.

De todas maneras también tiene problemas. Siempre tengo la impresión de que McClane lo cambiaría todo por ser un feliz padre de familia. Aunque eso quizá sea mucho más difícil que luchar contra terroristas.

Se me hacía tarde y ya deje de pensar en héroes. Bueno, reconozco que pensé  en James Bond, pero para eso necesito otro blog.

Han pasado unos días y ahora es todavía un poco más tarde pero merece la pena quedarse despierto un poco más si es para escribir sobre esto. Al fin y al cabo no te estoy hablando de cómics, de libros y de películas. Te estoy hablando de mi proyecto de vida. De cómo soy y de cómo me gustaría ser. Supongo que en este momento puedo especular todo lo que quiera porque creo que solamente podré analizar cuando esté al final del camino (siempre que sea capaz de hacerlo, claro, pues nunca sabes cómo vas a llegar a las últimas paradas del trayecto).

En el fondo lo que importa no es cómo desee ser sino como consigo ser. Y por mucho que me gustaría reflejarme en el espejo de mis héroes, al fin y al cabo tendré que luchar por ser yo mismo, único e inimitable (sobre todo para los que, si existen algunas personas capaces de hacerlo, me sitúen en su lista de héroes) pues lo que disfrute y sufra en mi camino no lo vivirán ellos (ni seguros héroes ni posibles adoradores), solamente lo viviré yo.

Únicamente yo puedo vivir mi vida. Sólo uno mismo tiene la exclusiva sobre su propia vida más allá de héroes a los que imitar.

Miedo (y realidad)

Miedo (y realidad)

Perdón por el retraso. Ya sé que no es excusa pero desde mi debut me han pasado demasiadas cosas que me han tenido alejado de aquí. Aunque quizá hubiera sido mejor que se hubiera producido el efecto contrario. Alguna vez escuché que alguien decía que, cuando los escribes, los problemas son menos problema. Y, en realidad, no me han pasado muchas cosas, en realidad, solamente me ha pasado una que lo ha cambiado todo. Sin embargo, me gustaría verme en una situación distinta a la que vivo.

Pero no queda otra opción que vivir en la realidad y descartar vivir en un mundo de condicionales y sueños del que, cuando nos sumergimos en él, no queremos volver porque somos más felices allí.

Y mi realidad actual es que tengo roto el tobillo por dos sitios (la jerga médica dice que es una fractura del maleolo tibial y una fractura del maleolo peroneal) y el peroné. Bueno, antes de romperse, mi tobillo decidió independizarse de mi cuerpo, asomarse al mundo para ver cómo es aquello. A mi eso no me parece mal, no soy quien para coartar libertades y deseos, pero lo que pasó es que para satisfacer las necesidades aventureras de mi tobillo, él y yo tuvimos que pagar un precio: Sufrir un luxación severa (siempre según la jerga médica). 

Tras una noche en el hospital, en la que me libré del quirófano por los pelos, y varias revisiones médicas se puede decir que tuve suerte pues la cirujía (toquemos madera) queda en principio descartada, si bien hay que esperar un poco más para alejarla definitivamente de mi realidad próxima.

Trato de obligarme a mi mismo a ser optimista, pues sé que eso me ayudará para que mi recuperación sea mucho más rápida, y a no dejarme llevar por el desánimo. Hay gente mucho mas desafortunada que yo, con muchos más problemas y menos oportunidades. Esto es sólo un pequeño percance fortuito, una aventura más de la que tengo que aprender. Sé que puedo convencerme de esto, pues es otra realidad incontestable.

Sin embargo mi problema está en el cómo y en el cuándo. Esto me lo he hecho jugando a fútbol tras mucho tiempo sin poder jugar por una lesión grave. Hace pocos meses me realizaron una operación para solucionar un problema físico que me impidió hacer deporte con intensidad durante dos años. La recuperación fue perfecta (con sus fases de dolor, como todas) pero el tiempo de baja fue largo y la inactividad, a veces, poco llevadera. Pero llegó el otoño y ya estaba reparado y preparado. Reparado en lo físico y preparado en lo mental, pues también tuve que hacer una recuperación mental. Me obligué a superar mis miedos, a no temer el contacto físico, a dejar de superproteger mi cuerpo, a que no se me hiciera un nudo en la garganta cada vez que pensaba en realizar una actividad física con intensidad.

Superé el miedo y, aproximadamente, al décimo partido todo estalló. Otra vez roto, esta vez en otra zona, y otra vez privado de jugar o del deporte (ahora simplemente de andar) durante mucho tiempo. Mi miedo y mi ansiedad vinieron con rapidez y cayeron sobre mi como una losa en cuanto tuve tiempo de pensar en lo que había sucedido. Luego han seguido más lamentaciones, más condicionales. Mi fuerza y mi ánimo han ido escapándose día tras día lentamente hasta dejarme sin un gramo de fuerza de voluntad.

Pero no, no puede ser. Piensa en las oportunidades que tienes, en los medios que hay a tu alcance y en las limitaciones y problemas que sufren un montón de personas que sí tienen motivos reales para quejarse.

Pero no hay que rendirse jamás, amigo, pues hay que mirar día tras día siempre hacia delante tirando hacia arriba poco a poco hasta el día en que la palmes.

Los nervios del debut

Nunca sabes si esa sensación rara que se te incrusta en la boca del estómago es buena o mala, agradable o desagradable.

Nunca sabes si esa sensación tan impactante te atenazará, te impedirá hacer lo que crees que sabes hacer o si, por el contrario, te empujará hacia el infinito sacando lo mejor de tu interior.

Pero siempre sabes que esos angustiosos cosquilleos son los nervios del debut, nervios que puede que nunca desaparezcan. Y puede que eso sea así porque lo realmente bonito, lo verdaderamente mágico es no dejar de emocionarse, de sentir algo extraño cada vez que empiezas algo nuevo y desconocido.

Seguro que piensas que exagero, que escribir no es algo tan brutal y decisivo, algo tan emocionante.

Y, sin embargo, sólo pienso que no hay nada tan brutal y decisivo, tan emocionante como escribir porque escribir es sentir, es desnudarse sin tapujos ante todo aquel que se quiera asomar a tu interior. Escribes lo que piensas, lo que crees, eliminando cualquier barrera que te pueda proteger del exterior.

¿Te acuerdas de Lo Más Plus aquel programa de Canal Plus en el que Fernando Schwartz y Máximo Pradera entrevistaban a personajes interesantes del  panorama nacional e internacional? Yo lo veía porque me gustaba imaginarme siendo entrevistado en un programa así.

Ahora me viene a la memoria porque cada vez que intervenía un escritor, había una pregunta recurrente que siempre aparecía: ¿Qué tiene esta novela de autobiográfica? Y es que cada vez que escribes hay una parte de tu alma que se queda pegada en el papel.

Así que una parte de mi alma se va a quedar flotando en la blogosfera cada vez que aparezca por aquí.

Así que no seas muy duro, por favor, y piensa en lo difícil que es desnudarse en público cuando no eres un exhibicionista. (Por mucho que te guste el sexo–que sí es el caso- y por muy enamorado que estés de tu cuerpo- que no es el caso-, claro)